Porque cuando él estaba cerca de mí, el oxígeno desaparecía de la estancia. Sentía una presión en el pecho y me faltaba el aire; permanecía inmóvil y luchaba por respirar en mi pequeña burbuja de atmósfera sin aire. Pero, incluso sin estar físicamente, él estaba siempre allí.
Estaba en la ropa lavada y planchada que me dejaba todas las mañanas sobre la silla de mimbre, en las zapatillas calientes que encontraba en la puerta de mi habitación, en la madera que ardía en la estufa cuando yo bajaba a desayunar.
Por donde quiera que mirara encontraba signos de su fidelidad, de su maldita e inquebrantable fidelidad.
Khaled Hosseini
Cometas en el cielo
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