
Antes necesitaba nombrarte cada día, 10 veces mínimo, infinito máximo. Cualquier excusa era válida para decir tu nombre y hasta tenía que morderme la lengua para usarlo en vano. Ahora ya no soy tan sistemática, busco causas nobles, momentos perfectos en los que dejar fluir tu nombre. Entrecerrando un poco los dientes para que apenas se me escape de la boca, sin perder un ápice de ti en la pronunciación de tu puñado de letras.
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