El dolor es una estación de paso, un lugar de tránsito donde, a veces, no queda más remedio que detenerse antes de seguir el viaje.
El dolor no invita, aparece sin más, y, entonces no queda otra opción que hacer un alto en el camino y enfrentarse a la certeza de que nada podrá ser igual, que el resto del viaje se ha visto alterado por esa parada intempestiva, por esa parada indeseable, por esa parada que ha tocado en suerte...
¡ Qué ironía! llamar suerte al roce mezquino de la desgracia, al contacto íntimo con la aflicción. Qué estúpido resulta llamar suerte a la desventura.
Marta Rivera de la Cruz
En tiempo de prodigios
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